La mayor trampa que el enemigo ha levantado en este tiempo para impedir que las personas lleguen a la salvación es hacerles creer que con solo “creer en Jesucristo” ya son salvos. Suena lógico, parece sencillo, y hasta se siente bíblico. Pero es una mentira devastadora. Porque si eso fuera cierto, entonces el corazón humano —corazón mentiroso, esclavo y perverso— junto con una mente limitada y oscura, sería suficiente para provocar el nuevo nacimiento. Bastaría con que el hombre pensara, razonara o decidiera creer… para que automáticamente naciera de nuevo. Eso sería afirmar que la carne puede producir vida, que el hombre puede nacer del Espíritu simplemente porque quiere. Y eso contradice todo lo que la Palabra enseña.
La religión ha simplificado el evangelio hasta desfigurarlo, y lo ha hecho para llenar locales de personas que creen que son salvas mientras siguen siendo esclavas del pecado. Viven engañadas, convencidas de que ya poseen lo que nunca han recibido. Y no hay peor obstáculo para que alguien llegue a la salvación que creer que ya la tiene. Esa mentira neutraliza el llamado, anestesia la conciencia y hace que el corazón rechace la verdadera obra de Cristo.
Es cierto que muchas personas llegan desesperadas a una congregación buscando a Dios. Ese movimiento inicial suele ser parte del proceso del llamado: Dios despierta una sed, un vacío, una necesidad. Pero en lugar de mostrarles la realidad, la mayoría de congregaciones —engañadas a su vez por el sistema religioso del mundo caído— les ofrecen un evangelio reducido, apoyado en versículos fuera de contexto, presentado en el momento en el que la persona está más vulnerable, “niña” en la Palabra. Y así les hacen creer que ese es el evangelio verdadero, cuando en realidad lo están acercando a una imitación.
Por supuesto que hay que creer en Jesucristo, en Su Palabra y en lo que Él enseñó. Pero antes de hablar de fe, hay que hablar de lo que Cristo mismo dijo que el Espíritu Santo vendría a hacer: convencer de pecado, de justicia y de juicio. Jesús lo expresó con claridad:
“Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio.
De pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado.” Juan 16:8-11 (RVR60)
El corazón humano —esclavo del pecado— es experto en hacernos creer. Esa es su estrategia: convencernos de que, si pensamos que ya estamos salvos, entonces dejaremos de preocuparnos por quién gobierna nuestra vida. Y así, sin darnos cuenta, seguimos siendo dirigidos por el mismo corazón que no quiere perder el control. No es el corazón en sí; es el dueño que lo posee por esclavitud.
¿De quién crees que habla este pasaje?
“No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.
Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?
Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad.” Mateo 7:21-23 (RVR60)
Estas personas creían. Estaban convencidas. Hacían cosas “para Dios”. Pero Jesús no los conocía. Cristo no se había revelado en ellos porque nunca habían nacido de Él. Y si para nacer se requiere la intervención de la Palabra y del Espíritu, entonces… ¿quién intervino en ellos para hacerles pensar que conocían a Jesús? Porque Cristo no era.
Piensa en esto con calma: hay miles de denominaciones, congregaciones, movimientos y sectas que dicen creer en Jesús, pero no se ponen de acuerdo en quién es realmente. Cada uno cree en un Jesús moldeado por su doctrina, su cultura, su tradición o su emoción. Tú puedes creer en Jesús “a tu manera”, pero hasta que Él no te hace nacer en Él, no llegas a conocerlo. Él es quien se manifiesta; no tú con tus conclusiones.
Muchos dicen: “Yo no hago obras”. Pero ¿qué es una obra? Una acción. Un verbo. ¿Qué es creer sino una acción, un verbo? Creer es una obra cuando nace del hombre. Pero cuando nacemos de nuevo, la fe deja de ser obra humana para ser fruto del Espíritu. No naces de nuevo por creer. Pero sí crees cuando ya has nacido de nuevo. Y claro que tienes que creer, pero solo podrás creer con la fe que salva cuando Dios te da vida. Él te lo da cuando Él decide que estás listo.
Aquí conviene repasar los textos con los que te han engañado:
“Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo.” Hechos 16:31
“A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron.
Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios.” Juan 1:11-12
“Porque con el corazón se cree para justicia…” Romanos 10:10
El problema no es el texto. El problema es la interpretación. Cuando dice “cree”, puedes entenderlo desde la fe natural del hombre —pensar que tú crees y por eso ya eres salvo— o puedes verlo desde el verdadero significado bíblico: cuando ya eres salvo, cuando has sido hecho hijo, entonces crees por el Espíritu Santo que está en ti. No es la fe la que te hace nacer; es el nacimiento el que produce la fe verdadera.
Volvamos a la pregunta:
¿Si creo en Jesucristo, ya soy salvo?
La respuesta es sí…
si ese “creer” es el que Dios pone en ti cuando naces de nuevo.
Y la respuesta es no…
si ese “creer” es simplemente la convicción natural de tu mente y tu corazón, como quien cree que hay día y noche.
La salvación no depende del humano. Depende solo de Dios. Y hasta que no reconoces esto, sigues resistiendo la obra del Espíritu Santo, que intenta convencerte para llevarte a la vida. Cuando dejas de justificar tu propio creer y te rindes ante la realidad, entonces Él mismo hace la obra que el hombre nunca podrá fabricar.


