Salmo 1 En Cristo y fuera de Él
“Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, ni estuvo en camino de pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha sentado.” (Salmo 1:1)
Ningún ser humano natural cumple esto. Todos andamos según el consejo del mundo, participamos del camino del pecado y nos sentamos en el mismo sistema que se burla de Dios. Por tanto, no existe hombre bienaventurado fuera de Cristo; todo el que nace de Adán está bajo ese consejo, camino y silla.
Solo Cristo es ese Varón Bienaventurado. Él nunca anduvo en el consejo de los malos, nunca se apartó del camino de la justicia ni se sentó en el asiento del escarnecedor.
Por eso, el creyente no es bienaventurado por imitarlo, sino porque está en Él.
Cuando el alma es renacida, ya no anda, ni está, ni se sienta donde antes lo hacía, no por esfuerzo, sino por posición: fue trasladada “del reino de las tinieblas al Reino del Hijo”.
“Sino que en la ley de Jehová está su delicia, y en su ley medita de día y de noche.” (Salmo 1:2)
El hombre natural puede leer la Biblia, pero no tiene “delicia” en la ley del Señor. La carne busca placer en sí misma, no en la voluntad de Dios. Por eso muchos “meditan” sin vida, porque no tienen el Espíritu.
Quien está en Cristo —esto es, en la ley de Jehová— tiene su delicia en Él, porque su mente ha sido renovada. Meditar de día y de noche no es una disciplina humana, sino el fruto de una nueva naturaleza que respira su presencia. Cristo es la delicia del Padre, y ahora también del renacido, del que está en Cristo.
“Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae; y todo lo que hace, prosperará.” (Salmo 1:3)
El hombre natural no está plantado; está arraigado en la tierra seca del yo. Sus frutos son aparentes, y su “prosperidad” es del sistema. Todo lo que hace termina en muerte, porque está separado de la Fuente. Como lo dijo Jesús: “Separados de mí nada podéis hacer”.
El renacido ha sido plantado junto a las aguas vivas, que son el Espíritu de Dios. No produce fruto por obligación, sino porque la savia del Espíritu fluye en él. “El fruto en su tiempo” no depende de su esfuerzo, sino del fluir de la Vida. Su hoja no cae porque su vida no depende de las estaciones, sino de una raíz eterna.
“No así los malos, que son como el tamo que arrebata el viento.” (Salmo 1:4)
Los malos no son necesariamente criminales, sino todos los que están fuera del Hijo. Son como el tamo: sin peso, sin raíz, sin permanencia. El viento del juicio los dispersa porque su vida no tiene sustancia espiritual. El hombre natural no puede estar en la “congregación de los justos”, porque esa congregación no es un grupo humano, sino el Cuerpo de Cristo.
El renacido ya fue juzgado en Cristo, y por eso no teme el juicio venidero. No se sostiene por mérito, sino porque su justicia es Cristo mismo.
“Por tanto, no se levantarán los malos en el juicio, ni los pecadores en la congregación de los justos.” (Salmo 1:5)
El camino del hombre natural es su propia voluntad. Por más religiosa o moral que parezca, su fin es la muerte. Dios no “conoce” ese camino, porque no hay comunión entre luz y tinieblas.
El Padre conoce solo un Camino: su Hijo. Jesús dijo: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”. Ser conocido por Dios no es tener información sobre Él, sino estar en Su Hijo. El justo no es el que se porta bien, sino el que está en el Camino, es decir, en Cristo.
