Vivimos en un tiempo en el que los niños crecen rodeados de información, estímulos y mensajes que compiten por ocupar su mente y su corazón. Desde muy pequeños, el mundo se esfuerza por formar en ellos una identidad, unos valores y una manera de pensar que poco tiene que ver con la verdad de Dios. Por eso, guiar a los niños hacia Cristo no es una tarea opcional, sino una urgencia espiritual.
El corazón de un niño no está vacío: está siendo moldeado cada día por aquello que escucha, observa y cree. Y si no hay una voz que le muestre la verdad, otras voces llenarán ese espacio con mentiras. El sistema del mundo no espera a que crezcan; los alcanza antes. Entonces, ¿no deberíamos nosotros procurar que Cristo los alcance primero?
Los niños necesitan más que religión
Muchos padres y maestros cristianos tienen buenas intenciones, pero no siempre saben cómo compartir el evangelio con los niños. A menudo se recurre a historias, canciones o mandamientos que enseñan valores, pero no necesariamente revelan la verdad del evangelio.
Y es que el propósito de enseñar a los niños no es que aprendan a “portarse bien”, sino que descubran su necesidad de Cristo.
El error más común en la enseñanza infantil dentro de las congregaciones es convertir el evangelio en una moral. Se les dice que Dios los ama, pero se les exige que se comporten de cierta manera para agradarle. Se les enseña que Jesús es su amigo, pero no se les explica qué significa que Él es su Salvador. Sin embargo, el verdadero evangelio no nace del esfuerzo humano, sino de la vida que Dios da por gracia.
El libro “Cómo compartir el evangelio con los niños” fue creado precisamente para restaurar ese enfoque perdido. No se trata de un manual más, sino de una guía reveladora que muestra cómo hablarles a los niños desde la verdad del Reino, con claridad y amor, sin reducir el mensaje ni distorsionar su esencia.
El poder de la semilla en el corazón de un niño
Cuando un niño escucha la verdad, su alma reacciona. No porque la entienda con la mente, sino porque su espíritu reconoce la voz de su Creador. La Palabra de Dios tiene poder para despertar algo que estaba dormido. Por eso, la tarea de los adultos no es convencer, sino sembrar.
Sembrar la verdad en un niño es ofrecerle la oportunidad de escuchar al Espíritu, no de repetir lo que otros dicen. No se trata de emociones ni de fórmulas aprendidas, sino de permitir que la luz penetre poco a poco en su interior. Cada palabra, cada gesto y cada enseñanza son una semilla que el Espíritu puede hacer germinar en su tiempo.
Por eso, cuando hablamos de cómo compartir el evangelio con los niños, no nos referimos a una técnica, sino a una actitud espiritual. Es hablarles desde la verdad que hemos recibido, no desde la religión que aprendimos. Es mostrarles que no pueden hacer el bien por sí mismos, pero que Dios los ama tanto que envió a su Hijo para darles un nuevo corazón.
El papel de los padres y maestros
Ningún maestro ni programa infantil puede reemplazar el papel de los padres. Ellos son los primeros mensajeros que Dios ha puesto cerca del niño. Pero también es cierto que muchos padres no se sienten preparados, y por eso el libro “Cómo compartir el evangelio con los niños” y el seminario asociado fueron creados: para equipar a quienes desean hacerlo bien.
Cuando un padre o maestro comprende la verdad, deja de hablar desde la exigencia y comienza a hablar desde la vida. Ya no intenta moldear el comportamiento del niño, sino su comprensión del amor de Dios. Ese cambio lo transforma todo.
Los niños dejan de sentir que deben ganarse el amor de Dios y empiezan a descubrir que ya son amados, y que lo único que necesitan es recibir lo que Cristo ya hizo por ellos.
Cristo no espera a que crezcan
Muchos adultos piensan que los niños deben “esperar a entender” antes de recibir el evangelio. Pero Jesús dijo claramente:
“Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios” (Marcos 10:14).
Esta frase no era simbólica. Jesús no dijo “los niños son un ejemplo”, sino que el Reino es de ellos. Él veía en los niños un terreno puro, sin prejuicios, donde la semilla del evangelio podía germinar con facilidad. Por eso, impedir que los niños sean guiados hacia Él —por ignorancia, descuido o tradición— es oponerse al propósito mismo de Dios.
Cristo no espera a que crezcan, porque el Espíritu no tiene edad. El mismo poder que transforma a un adulto puede despertar el corazón de un niño. Pero para que eso ocurra, alguien debe hablarles con verdad, sin disfrazar el mensaje ni convertirlo en moralidad.
Una generación que necesita escuchar
Hoy más que nunca, los niños necesitan escuchar que hay un Reino que no es de este mundo, un amor que no se compra, una verdad que no cambia.
Necesitan saber que su identidad no está en lo que hacen, ni en lo que los demás piensan, sino en lo que Cristo ha hecho por ellos.
La batalla por el alma de los niños ya comenzó. El enemigo sabe que, si logra moldear su mente desde pequeños, más tarde será difícil que reconozcan la voz del Espíritu. Por eso, esta generación necesita padres, maestros y comunidades que se levanten con claridad y convicción para decir: “Queremos que Cristo los alcance ahora”.
Esa es la razón por la cual existen recursos como “Cómo compartir el evangelio con los niños”: para ofrecer herramientas, luz y guía a quienes entienden que el mayor acto de amor no es proteger al niño del mundo, sino mostrarle el camino hacia la vida.
Conclusión
Guiar a los niños hacia Cristo no significa imponerles creencias, sino acompañarlos para que el Espíritu los despierte. Significa ayudarlos a reconocer que su corazón, aunque pequeño, también necesita ser alcanzado por la gracia.
Y cuando eso ocurre, cuando un niño comienza a comprender quién es Jesús y por qué lo necesita, el Reino se hace visible en su mirada.
Si deseas aprender cómo compartir el evangelio con los niños desde la verdad del Reino, te invitamos a conocer la guía completa en somoslaluz.com. Allí encontrarás el libro y los recursos que han ayudado a muchos padres y maestros a cumplir la misión más importante de todas: llevar a los niños a Cristo antes de que el mundo los reclame.


